Pasaje bíblico de referencia: Jeremías 29:1-11
Introducción
La esperanza es una cualidad a la que todas aspiramos. La esperanza es lo que nos permite salir de la cama a la mañana e ir a la escuela, al trabajo o a lo que el día tenga para nosotras. La esperanza también es la fuerza en nuestra columna que nos permite sostenernos ante las tormentas de problemas y dolores. En pocas palabras, ¡la esperanza es lo que nos mantiene en movimiento! Solo cuando la esperanza se ausenta, realmente entendemos su importancia.
Si alguien tenía el derecho a perder la esperanza y renunciar a todo, era el pueblo judío que originalmente recibió la carta que encontramos en Jeremías (Jeremías 29:1-11). La clave para realmente entender este pasaje está en el período en que se escribió y en su importancia histórica. Se estima que se escribió poco después de que Babilonia llevara en cautiverio al pueblo de Judá en el año 597 a. C. Los judíos fueron arrebatados de sus hogares, desplazados y mezclados con un pueblo que no seguía a su Dios ni las costumbres de su cultura. Estaban desesperados por escuchar una buena palabra de ánimo, lo cual los hacía muy vulnerables a los profetas falsos que predicaban la caída rápida y fácil de Babilonia y, por lo tanto, un regreso victorioso a la libertad para ellos. Querían depender de algo positivo y restaurar su esperanza. Se aferraron a esa esperanza y anhelaban a que las cosas cambiaran rápidamente para poder volver a sus hogares y vivir tal como deseaban.
Para no juzgarlos como impuros y necios, debemos detenernos y preguntarnos cuántas veces hemos querido algo con tanta fuerza que hemos creído cuando alguien nos aseguró que «lo» tendríamos, fuera «lo» que fuera, que lo merecíamos y que Dios Mismo nos lo daría. Esto suena muy parecido a la doctrina de la prosperidad que escuchamos con frecuencia hablar a los telepredicadores que tienen bastantes seguidores.
Así como los judíos de esos días, hemos sido culpables de intentar determinar lo que Dios tiene pensado para nosotras y de usar cualquier medio para descubrirlo. ¿Cuándo fue la última vez que leyeron su horóscopo o hicieron una de esas pruebas tontas de Facebook para ver lo que les depara el futuro? Nos reímos si tenemos 50 años y Facebook nos dice que vamos a tener un hijo a fin de año. Pero, y si tuviéramos una hija que espera casarse, ¿podría tratarse de ese hijo? O quizás cuando nos dice que tendremos la casa que habíamos soñado o que recibiremos dinero con tan solo reenviar una imagen de un fajo de dinero. O quizás no están contentas con sus trabajos y hacen una de esas pruebas para qué era lo que estaban destinadas a hacer. Estos pueden ser ejemplos tontos que no consideramos importantes, pero nos muestran que queremos conocer el futuro, incluso también nosotras, como cristianas. ¡Cuánto deseamos que Dios nos revele Su plan!
Los judíos de los días de Jeremías se volvieron a los supuestos profetas y escucharon lo que querían escuchar, pero luego recibieron la primera carta de un profeta verdadero registrada en el Antiguo Testamento . Leamos juntas lo que dice Jeremías. (Lea Jeremías 29:1-11, NVI).
El plan
Según Jeremías, tenían que acomodarse porque iban a estar allí por un largo tiempo. Debían construir sus casas, expandir sus familias e incluso apoyar al gobierno extranjero que los mantenía en cautiverio. De ninguna manera eso era un plan de Dios, ¿o lo era?
Así como los judíos, cuando no nos gustan los planes del Señor, clamamos: «¡Pero Dios! Eso no es lo que había pensado. No quiero trabajar para este hombre rudo y egoísta. No quiero vivir en una casa en esta ciudad. Mi familia es de la zona rural, quiero criar a mis hijos ahí, en un distrito que tenga una buena escuela».
No obstante, Dios tiene un plan y no se trata de ustedes o de mí como individuos, sino que es un plan para dar esperanza a todo el mundo. Exactamente las primeras palabras del libro de Rick Warren, Una vida con propósito: «No se trata de ti». ¡¿Qué?! ¡Por supuesto que sí! Y si, de algunas maneras lo es, pero no se trata solo de ustedes o de mí.
Nos encanta personalizar Juan 3:16 y decir: «Porque tanto amó Dios a (Susana o Miguel) que dio a su Hijo unigénito, para que (Susana o Miguel) no se pierda, sino que tenga vida eterna». Y sí, Él lo hizo. Nos ama así de mucho a cada una de nosotras. Sin embargo, el tema es que Dios tanto amó al MUNDO que dio a su Hijo unigénito para que TODO el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Esa es una tarea enorme. Desde el principio de los tiempos Dios ha estado planificando y cumpliendo esta tarea. Y también podemos estar seguras de Su cuidado por nosotras por las palabras de Romanos 8:28: «Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito».
El propósito
Los estudiosos nos dicen que la dispersión de los judíos hacia varios países en diferentes momentos de la historia tenía varios propósitos:
En primer lugar, mostrar a las otras naciones que los judíos eran diferentes porque eran el pueblo de Dios. Y, por lo tanto, mostrar a los demás cómo era el pueblo de Dios. En segundo lugar, como castigo por no seguir los planes de Dios según Su diseño. Además, mostrar el amor y la fidelidad de Dios a lo largo de todas las épocas y en todas las circunstancias.
Muchos cristianos de hoy no miran el Antiguo Testamento o lo ven como una antigüedad sin importancia a la luz del nuevo pacto registrado en el Nuevo Testamento. No obstante, un estudio minucioso nos muestra que Dios es fiel a Su palabra y cumple fielmente Sus promesas tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento —a lo largo de los tiempos y de la eternidad—. Podemos confiar en Él.
Salmos 22:4-5 dice: «En ti confiaron nuestros padres; confiaron, y tú los libraste; a ti clamaron, tú los ayudaste; se apoyaron en ti, y no los defraudaste». Cada vez que Abraham, Moisés y Aarón vieron a Dios cumpliendo una promesa, construyeron un altar como recordatorio y animaron al pueblo a contarles a sus hijos y a sus nietos todo lo que su Dios había hecho para que pudieran creer y tener confianza al depender de Él y confiar en Él.
Todas hemos leído la Escritura y escuchado acerca de historias modernas de cómo Dios ha respondido oraciones y revelado la verdad del evangelio a las personas que han venido antes que nosotras. En los tiempos del Antiguo Testamento, solo tenían historias que se habían transmitido oralmente. Una vez que empezaron a escribir esas narraciones e historias para nosotras, comenzamos a confiar en la palabra escrita para reforzar la verdad. Por esta razón, los judíos ortodoxos memorizan una gran parte del Antiguo Testamento como un recordatorio de lo que Dios ha hecho y continuará haciendo.
Hoy, los psicólogos nos dicen que el mejor indicador de la conducta futura es la conducta pasada. Desde luego, eso no es totalmente cierto, porque sabemos que Dios nos redime, nos cambia y no hace creaciones nuevas. No obstante, si fuera por nosotras, sin duda seguiríamos cometiendo los mismos errores, pecados y las mismas conductas del pasado. En cambio, Dios en Su sabiduría y poder nos ha mostrado que Él es el mismo hoy, ayer y por siempre. Solo Él es digno de confianza, porque ha liberado a la nación de Israel y a nosotras una y otra vez de momentos difíciles, de nuestros pecados y de aquellos que pecaron en contra de nosotras. David escribió Salmos 57:2: «Clamo al Dios Altísimo, al Dios que me brinda su apoyo». Jeremías recordó al pueblo de Judá el amor y el propósito de Dios para ellos en el capítulo 24 de Jeremías. Leamos juntas Jeremías 24:1-7.
La promesa
Era necesario recordar al pueblo de Judá cuánto los amaba Dios y que Él no los había olvidado. Era necesario que tuvieran muy claro que Dios los estaba cuidando y que tenía un plan y un propósito no solo para su exilio, sino también para su futuro. Qué fácil sería sentirse olvidados y descuidados en una tierra extranjera entre extranjeros que adoran dioses extranjeros. Debían esperar en el Dios verdadero a pesar del exilio de 70 años; un período de casi dos generaciones. Qué fácil sería sentirse olvidados y, luego, olvidar compartir la esperanza de Dios con la siguiente generación. Su pueblo ya había estado en el desierto durante una generación; fue la segunda generación que finalmente entró en la tierra prometida. Una vez más, debían mantener la esperanza y compartir la seguridad de las liberaciones pasadas para que la siguiente generación creyera que había un Dios que los amaba y los cuidaba.
En el capítulo 24, Dios le dice a Jeremías: «Les daré un corazón que me conozca, porque yo soy el Señor. Ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios, porque volverán a mí de todo corazón». Y en el capítulo 29, Jeremías dice: «“Cuando a Babilonia se le hayan cumplido los setenta años, yo los visitaré; y haré honor a mi promesa en favor de ustedes, y los haré volver a este lugar. Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza. Entonces ustedes me invocarán, y vendrán a suplicarme, y yo los escucharé. Me buscarán y me encontrarán cuando me busquen de todo corazón. Me dejaré encontrar —afirma el Señor—, y los haré volver del cautiverio. Yo los reuniré de todas las naciones y de todos los lugares adonde los haya dispersado, y los haré volver al lugar del cual los deporté”, afirma el Señor».
Hay una promesa y una expectativa. La promesa de un futuro exitoso, una esperanza, un regreso al hogar y una relación con un Dios que escucha y responde las oraciones. La expectativa es que el pueblo pondrá su esperanza en Él y solo en Él. Lo obedecerán y lo buscarán con todo el corazón.
Conclusión
Nos gusta centrarnos en las promesas de Dios, pero también debemos recordar la expectativa. Así como a los exiliados de Judá, nos piden que vivamos fielmente con Dios en una tierra donde la gente no entiende o no aprecia nuestro compromiso con Él. Debemos buscarlo con todo el corazón y poner toda nuestra esperanza en Él y en Sus promesas en lugar de ponerla en este mundo o en nuestra propia fuerza y habilidades.
Jesús usó ejemplos de la vida diaria para enseñar a Sus discípulos. Si alguna vez han intentado sacar la hiedra de una pared o del jardín, saben que los zarcillos de la hiedra trepan y se agarran de la superficie con tanta fuerza que solo el esfuerzo más decidido puede arrancarlos. La hiedra también puede soportar climas extremos de calor y de frío sin marchitarse y caer. Cuando ponen su esperanza en Dios, ustedes se están aferrando a Él con la misma tenacidad que la hiedra se aferra a las paredes. Cuando el sol sea cálido y la lluvia sea gentil, crezcan como lo hace la hiedra: fuertes y en exuberancia, alcanzando y moviéndose mientras fortalecen su unión con el amor que nunca falla de Dios. Cuando soplen los vientos fuertes de la vida y las tormentas las golpeen, tengan confianza en Dios que las fortalece y las equipa para aferrarse a Su promesa de cuidarlas y de darles la promesa de una esperanza y un futuro en Él*. Venga su reino, hágase su voluntad en la tierra como en el cielo.
*Adaptado del devocional Moments of Peace in the Presence of God (Momentos de paz en la presencia de Dios), Bethany House, Minneapolix, 2004.
Oración final
Y ahora, que compartir las oraciones de las mujeres de nuestra congregación las fortalezca y anime:
- Gracias, Dios por el regalo de la fe que me da fe y aleja mis miedos.
- Señor Dios, mantén fuerte la esperanza que sujeta mi corazón con el tuyo, porque mi esperanza está siempre en Ti.
- Dios, te doy gracias por restaurar la esperanza en mi corazón y la paz en mi mente. Tú eres mi Salador y mi Dios en quien confío.
- Dios, por favor, lléname de esperanza mientras hablo contigo. Recuérdame que Tú estás siempre a mi lado, ayudándome a ver la promesa detrás de las lágrimas.
- Gracias, Dios, por las palabras del salmo 31:24: «Cobren ánimo y ármense de valor, todos los que en el Señor esperan». ¿Harás esto por cada una de nosotras aquí presentes hoy?
- Jesús, cuando mi futuro no parece claro por la neblina de la vida diaria y está lleno de los caminos pedregosos de este mundo, pondré mi esperanza en Ti, en Tu fuerza y fidelidad.
- Y terminamos con esta afirmación del salmo 71:14: «Pero yo siempre tendré esperanza, y más y más te alabaré». Y todo el pueblo de Dios dice: «¡Amén!».
*Algunas de estas han sido adaptadas de las oraciones del devocional Moments of Peace in the Presence of God (Momentos de paz en la presencia de Dios), Bethany House, Minneapolix, 2004.