Introducción
Este programa describe los pasos a seguir por el grupo de ministerios femeninos para coordinar un proyecto de horticultura para el Cuerpo y la comunidad. El lema del Ejército de Salvación: “Con el corazón a Dios y la mano al hombre”, ilustra apropiadamente esa experiencia centrada en la horticultura. La Palabra viviente de Dios germina dentro de nuestros corazones, reflejando Su amor por los demás en la medida que nosotras atendemos sus necesidades.
Pasos hacia el éxito
Antes de seguir todos los pasos enumerados a continuación, asegúrate de orar y pedirle a Dios que te guíe.
- Establece una fecha y hora para la primera reunión. Planifica una reunión de fin de semana en el otoño con la idea de plantar en la primavera.
- Reserva un espacio de tamaño mediano para la reunión pública. Consulta en la biblioteca local si tienen un espacio disponible en caso de que el recinto del Ejército de Salvación no esté equipado para la reunión.
- Publica tus intenciones en el periódico local y en la radio local. La asistencia de los miembros de la comunidad determinará el nivel de interés que hay por un huerto comunitario.
- Organiza un comité del huerto y elige a una presidente. Pídeles a las integrantes del grupo que se comprometan a reunirse con regularidad.
- Establece una declaración de misión. Ten en mente que el objetivo del proyecto de servicio es extender la mano a los residentes desfavorecidos de la comunidad.
- Busca patrocinadores. Contacta los viveros locales y tiendas de jardinería y horticultura para conseguir donaciones de semillas o herramientas.
- Contacta a las universidades y colleges comunitarios de tu localidad y pregúntales si cuentan con instructores que estarían dispuestos a donar de su tiempo para realizar un taller de capacitación. Si no los hay, quizás ellos o sus estudiantes podrían visitar el huerto para ofrecer sus consejos a los horticultores.
- Establece reglas generales del huerto. Crea un horario que ofrezca una lista de fechas y horas en que el huerto estará abierto. Organiza, asigna y postea un horario de voluntarios que rieguen el huerto con regularidad. Coordina una lista de voluntarios conocedores del arte de la horticultura y que estarían disponibles en terreno para contestar preguntas y ofrecer asistencia.
- Aparta un pequeño lote dentro del huerto que sea cultivado para fines del diezmo. Todo el producto cosechado de ese pequeño lote de tierra será distribuido entre aquellos que actualmente no pueden atender el huerto por sí mismos. Diles a algunas de las participantes del ministerio femenino que cultiven este pequeño lote.
- Define los objetivos deseados. Posibles beneficiarios de la cosecha podrían ser los residentes del hogar de ancianos Silvercrest del Ejército de Salvación, las familias del programa que el Ejército realiza entre los niños después del horario escolar, o los clientes del banco de alimentos del Ejército de Salvación. Otra opción es donar todo el producto cosechado a bancos de alimentos de la comunidad.
- Ofrece y asigna pequeños lotes de tierra a residentes de la comunidad de bajos ingresos que se muestren interesados. Pide la ayuda de las integrantes del ministerio femenino para que contacten a estos posibles horticultores. Cuando vengan al huerto, invítenlos a los servicios de adoración del domingo por la mañana, o a los programas de mujeres, varones o jóvenes del Cuerpo que se celebran todas las semanas. Ora por que los horticultores reciban los beneficios que Dios les ha deparado a sus cuerpos, mentes, almas y espíritus.
- Ofrece un programa que se realice después del horario escolar que provea un pequeño lote de tierra para que los estudiantes aprendan diversos aspectos del arte de la horticultura como la germinación de las semillas, trasplantes de plantas de semillero, vegetales de temporada cálida y fría, la fotosíntesis, opciones de alimentación sana, la metamorfosis de insectos y la identificación provechosa de insectos. Aprender de primera fuente acerca de la horticultura conectará bien con los devocionales que se enfocan en la invitación a venir al Jardín a encontrarse con Dios. Ora por la salvación de los estudiantes.
El Jardín de Edén
Al crear la tierra, Dios modeló una gloriosa morada natural en el Jardín de Edén. Este remanso de paz estaba equipado con todos los elementos necesarios para que cada planta se reprodujera una y otra vez con las semillas que daba. El reino del poder y la gloria de Dios florecieron ahí porque Él era esa paz y esa gloria del Jardín.
Dios creó al hombre en esta maravillosa morada terrestre y estableció una relación entre Él y Adán. Y, luego, como compañera de Adán, Dios modeló a Eva de una de las costillas de Adán. Ambos disfrutaron, además de su propia relación, una relación individual y personal con Dios. El sentimiento de soledad no existía en el Jardín.
Esa misma invitación a relacionarnos con Él está disponible para nosotras en el presente. Dios, quien hizo esta invitación, es hoy el mismo que fue ayer y el que será siempre. Él no cambia. Él se revela en Su Palabra. En la oración y en el estudio de la Biblia, podemos sentir Su hogar en nuestros corazones. En Su presencia hay una cosecha de paz, regocijo y amor. Como hizo con Adán y Eva, Dios se revela a Sí mismo como Creador, Redentor, Sostenedor y Gobernador de todo lo que existe.
Sobre la base de nuestra experiencia en el Jardín con Dios, podemos aprender tres lecciones. La primera es que la Palabra de Dios es la fuente de nuestra fe. La segunda es que la vida en comunidad necesita modelarse en Jesús. La tercera es que esa semilla da semilla a su propia imagen y semejanza.
La primera lección enseña que Dios es nuestra fuente perpetua de sustento en esta vida (2 Pedro 1:3). Como una rama que recibe su nutrición de la vid plantada junto a los arroyos de agua, nosotras recibimos la fe y la madurez espiritual de la Palabra de Dios (Juan 15:1 y 5). De igual manera, nos marchitamos y perecemos bajo las pruebas si no arraigamos bien nuestra mente y nuestro espíritu en Su Palabra (Salmo 1:1–3).
La Palabra de Dios dirige nuestros pensamientos, palabras y acciones alejándonos del camino de la tentación y empoderándonos para que podamos superar las dificultades. Al leer, memorizar, hablar acerca de Su Palabra y ponerla en práctica, el Espíritu Santo tiene la oportunidad de obrar en nuestro ser interior como ningún otro poder. Él imparte sabiduría, haciéndonos conscientes de nuestro pecado personal, de Su justicia y del juicio por venir.
La segunda lección enseña acerca de Cristo en la cruz. La pieza vertical de madera en la cruz representa la relación original de Dios en el Jardín con Adán y Eva. La pieza horizontal de madera simboliza nuestra relación con los demás. Antes de que Adán y Eva cayeran presa de la tentación, la amistad con Dios en el Jardín de Edén era divina. Tras su desobediencia, Adán y Eva fueron desterrados del Jardín. En respuesta, Cristo intervino asumiendo el pecado de la humanidad. En el Jardín de Getsemaní, Cristo aceptó la culpa por los pecados del mundo. Su obediencia hasta la muerte lo clavó a la cruz (Romanos 5:6). Gálatas 3:13 lo describe de esta manera: “Cristo nos rescató de la maldición de la ley al hacerse maldición por nosotros, pues está escrito: «Maldito todo el que es colgado de un madero»” (NVI). Cristo experimentó la ira de Dios. Él sintió el abandono cuando asumió el lugar de la humanidad pecadora. Su decisión absolutamente desinteresada hizo posible la sustitución de la muerte eterna por la vida eterna, renovando así el pacto roto entre Dios y el hombre que la egoísta desobediencia original había quebrantado (Heb. 5:8, 9).
Ahora bien, de nuestra renovada relación vertical con Dios fluye abundante Su amor incondicional que influye en nuestras relaciones horizontales con los demás (1 Juan 4:19–21). Un ejemplo de esto es cuando herimos a los demás con nuestra codicia, orgullo o nuestra naturaleza lujuriosa. Si hemos estado dedicados a orar, cultivar el compañerismo y estudiar la Biblia, reconoceremos con mayor claridad que hemos herido a los demás sin querer con nuestras palabras o acciones. Nuestro espíritu probablemente se someterá a la incitación del Espíritu Santo a buscar el perdón de Dios. El deseo de interceder y pedir disculpas surgirá desde el fondo de nuestro corazón.
Si decidimos aferrarnos a nuestros rencores y recordar los detalles de cada ofensas, la amargura hará que ignoremos aquello que nos conecta con la vida. Si dejamos que el Espíritu Santo nos haga conscientes de nuestro pecado y nos convenza de Su perdón, Él nos facultará con un espíritu justo para que perdonemos y vivamos vidas agradables a Dios. Mediante Su obra en nuestro interior, daremos los frutos de la justicia y la paz (Efe. 4:32). Guarda en mente, sin embargo, que puede ser que a veces nuestras disculpas no encuentran aceptación. En momentos como ésos, tenemos la opción de interceder por la sanación de la persona a la que hemos herido.
La tercera lección enseña que esa semilla da semilla. En la Biblia, el Evangelio es comparado a una semilla que cae en la tierra del corazón de quien la escucha y brota en la forma de fe (Juan 5:24, 25). El testimonio personal es una manera significativa de presentarles Cristo a otras personas. Compartir lo que han sido nuestras experiencias de fe suele inspirar a los demás a buscar a Dios. Sin embargo, éste no es siempre lo que ocurre, pues la opción de buscar a Dios es de quien decide acoger o rechazar la semilla de nuestra fe.
Aquellos que sí acogen la semilla de la fe arraigan su fe aún más en Cristo cuando estudian la Biblia, memorizan versículos bíblicos, llevan un diario personal de fe, oran, cultivan la amistad con otras personas de fe y comparten su testimonio con los demás (1 Tim. 4:16). Un discipulado como ése fortalece y hace madurar su fe hasta que se convierte en la convicción de su alma. Éste es el fruto que queda de una planta de semillero.
Los mártires son un ejemplo de cristianos que tienen ese tipo de convicción. Ellos se niegan a renegar de su fe en Cristo, lo que muchas veces redundaba en su tortura y su muerte. Un teólogo de la iglesia primitiva dijo una vez: “La sangre de los mártires es la semilla de la iglesia”. Él explicó que esas personas estaban dispuestas a sacrificar sus vidas antes que negar su identidad con Cristo (Juan 12:24). Dios permanece en el Jardín de sus corazones. Los creyentes viven en la esperanza de un glorioso futuro con Cristo tras Su regreso (Romanos 8:22). Se sienten confiados de que, donde Él se encuentra, también ellos estarán un día (Juan 14:2). La fe se arraiga, crece y da fruto en la Palabra de Dios. En Su presencia permanece la plenitud de la vida. Él es el hogar, dulce hogar del alma. De modo que, ¿por qué no venir al Jardín?